Nace en Caripito, estado Monagas, en 1969. Desde el año 1988 hasta 1995 acudió a numerosos talleres de dibujo y escultura ofrecidos por la escuela de Artes Visuales Cristóbal Rojas, Fundarte, Escuela de Artes Visuales Federico Brandt, Taller Antonio Herrera Toro y el Ateneo de Caracas. A partir de 1996 hasta la actualidad el artista continúa su formación de manera autodidacta, lo cual evidencia su constante preocupación por enriquecer su particular universo iconográfico. El día de hoy, el Alexis Fernández ya ha expuesto sus obras en importantes galerías de Venezuela, El Salvador, Panamá, Puerto Rico, Estados Unidos, y España y tiene en su haber un lenguaje con señas propias en el panorama del arte nacional. También ha sido reconocido con el primer premio en el VIII Encuentro Nacional de Pintores (Maracay, Venezuela, 1993) y el Premio Nacional Joven Artista, otorgado por la Fundación Venezolana de Artes Plásticas (1996).
Una de las características más admiradas de su obra es la concatenación del espacio real y el imaginario, del dibujo realista y del dibujo estudiadamente primitivo, de las figuras verosímiles y las situaciones de ensueño. El artista logra el equilibrio de estos opuestos abordando el tema de la niñez en muchas de sus obras. En estos casos los protagonistas son niños y niñas que parecen proyectar su desbocada imaginación en los objetos que los rodean: metras de colores, caballos de juguetes y cuadros que ellos mismos muestran al espectador en pose estática. Estos cuadros son otro espacio en el que el artista desarrolla un tema diferente del resto de la obra, estimulando la capacidad del espectador de hacerse preguntas sobre la imagen, llevándolo a imaginar.
Los significados esenciales de las obras de Alexis Fernández son la casa, la niñez, la imaginación, el juego y la virtualidad del espacio. Ha construido una imaginería que exalta una etapa de la vida cuyos valores no parecen relevantes ante la crisis económica mundial y la intolerancia política en ciertos países. Sin embargo, la niñez expuesta por Fernández tiene la virtud de sustraernos de la falta de vitalidad cotidiana y de hacernos recordar las gracias de la fantasía.
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